martes, 21 de septiembre de 2010

Una Tarde en el Coliseum

En tiempó de lós apostóles
Los hombrés erán muy barbáros
Se subián a lós arbóles
Pará comersé lós pajáros.

Había pasado apaciblemente la mañana del domingo con unas cuantas peleas de gladiadores, de los cuales los que murieron habían saludado al César y le habían ofrecido sus aves (¿o lo habrían, sutilmente, llamado gallina?). Los que no murieron también habían saludado y ofrecido las suyas, por las dudas que el próximo fin de semana el César estuviera ocupado en alguna intriga palaciega, alguna nueva vestalita o alguna otra cosa y no viniera. O tal vez fuera otro Cesar el que viniera, uno nunca sabe (tanto bruto por ahí con el cuchillo bajo el poncho, o la daga bajo la toga, en esos días).
Había pasado la hora del almuerzo, con unos cuantos leones almorzándose a unos cuantos cristianos, un menú fashion de entonces. El populus romanus también había dado cuenta de los pannis provistos por el César. El circens continuaba ahora con un postrecito, anunciado como surprise, previo al descanso para ir al baño, antes de las carreras de cuadrigas, el plato fuerte de la tarde.
¡TATARIIII!! TATARIIII!! Suenan las trompetas. El populus se calma, expectante.
Se abre una de las rejas y sale un legionario portando el clásico letrero S.P.Q.R. (sono porchi questi romani) (¿lo sabrían?), seguido por dos legionarios enormes llevando, agarrado de los brazos, a un negro. Lo llevaban levantado, con las patitas colgando y con una cara de susto de aquellas. Era un negro, negro, pero bien negro, no marrón oscuro ni gris oscuro, sino negro, negro, de algún lugar del África central, de esos de cogote largo. Detrás venían unos cuantos esclavos con palas, picos, pisones, sogas y otras herramientas.
Mientras los esclavos cavaban un pozo en el medio de la arena, el populus comenzó a prestar atención a la maniobra y empezaron los cantitos, los vítores, chiflidos y algún que otro amago de avalancha. Algunos intentaban la ola, pero todavía no les salía bien (tardaron un par de decenas de siglos en perfeccionarla).
Cuando los esclavos terminaron el pozo, colocaron en él al negro, enterrado hasta los hombros, apisonando bien la tierra a su alrededor y emprolijando la arena.
Se retiraron los legionarios y los esclavos, y el populus comenzó a calmarse, esperando a ver qué había hoy de postre.
¡TATARIIII!! TATARIIII!! Suenan de nuevo las trompetas y se abre otra reja y sale un león. Pero un león, león… un leonazo tremendo. Y el populus, que empezó a darse cuenta como venía la mano, estalla en vítores y tiran papiros cortaditos y rollos de pergamino higiénico.
El león salió medio como que a la derecha del negro, quien también se avivó y empezó a transpirar, más.
El león empezó a dar unas vueltas, oliendo el aire y tirando arena para atrás con las patas. Flaco, el león. Se le podían contar las costillas. Se veía que lo habían tenido por lo menos una semana, o más, a panem & acqua, o menos.
Entonces, lo vio al negro (a la cabecita del negro).
No esperó ni un segundo. Con un rugido se lanzó a la carrera hacia el negro y, desde unos cuantos metros, se mandó una palomita, con la bocaza abierta, los colmillos pelados, chorreando baba, las poderosas garras relucientes.
El negro (cogote largo) agachó la cabeza y el león pasó de largo, clavándose de trompa en la arena más allá, rodando despatarrado.
¡UUUUUUHHHHHH!!!! Estalló el populus. Algunos aplaudían, otros saltaban, todos gritaban. Ahora todos estaban concentrados en el centro del coso.
El león, desconcertado, se paró y empezó a mirar para todos lados (ahora estaba medio como a la izquierda del negro).
¡NE-GRUS, NE-GRUS, NE-GRUS!!!!!! Gritaban unos.
¡LE-Ó-NEM, LE-Ó-NEM, LE-Ó-NEM!!! Otros.
Empezaban a armarse grupitos y barritas en las tribunas.
El león, ahora un poco más receloso, con algunos raspones, da unas vueltitas, mirándolo al negro. El negro, temblando, también lo mira al león.
El león se anima, lanza un rugido, medio apagado por el rugido del populus, y se lanza de nuevo a la carrera y se manda otra palomita, pero esta vez un poco más abajo.
El negro clava la cabeza contra el suelo y el león de nuevo le erra y pasa de largo, tragando un par de kilos de arena.
¡AAAAAAHHHHHHH!!!!! Ruge el populus.
Las tribunas ya son una locura. El populus grita, salta, tira cosas, se pelean los partidarios del negro contra los del león. Se producen avalanchas. El Cesar, que se había demorado en el vomitorium después de un terrible almuerzo, volvió corriendo al trono. No se la quería perder. ¡Panem & Circens! ¡Populus contentus!. Ahora se podía tirar a la reelección sin temores. ¡Tomá oposición!!
El león, medio desencuadernado, con la sangre en el ojo (literalmente), da unas vueltas y termina colocándose frente al negro, resoplando, magullado, y se echa un poquito, haciendo así con la cola, como los gatos, estudiándolo.
El negro, con la adrenalina a mil, la cara llena de arena, la cabeza llena de pelos y rastros de sangre del león, lo putea, al león, al populus, al César, a sus pompas y sus obras y a la concha de su hermana y de las hermanas de todo el pupulus, además de la del león (de la hermana del león).
El populus pareciera oír, o intuir, en medio del estruendo, y casi unánimemente comienza a tomar partido por el león.
¡LE-Ó-NEM, LE-Ó-NEM, LE-Ó-NEM!!!!!!!!!. Ruge ahora el Coliseum entero.
El negro, enterrado hasta los hombros, escupe para los cuatro costados y putea urbi & orbi. El populus ya lo odia (el tema de volcarse por el más débil vino más después en la historia; aún hoy no está del todo claro).
El león se siente apoyado, impelido, azuzado y, con otro tremendo rugido, toma carrera.
Cuando el león comienza a correr, el negro, atento, estira el cogote lo más arriba que puede, cambiándole la puntería al león y, cuando el león se lanza, el negro agacha la cabeza, se da vuelta y, cuando el león pasa, le tira un tarascón y lo caza de los huevos.
¡Para qué!!
¡¡ROAR!! ¡¡ROAR!! Se desespera el león, tirado en el suelo, las patas rígidas, temblando, con el negro prendido, con los dientes, a sus partes nobles. El negro no afloja. El ¡ROAR! poco a poco va menguando, transformándose en un lastimero ¡miau! ¡miau! ¡plis! ¡plis!.
El negro, nada!. Aprieta y no afloja!. Se banca el gusto a bola y el olor a culo, ¡pero no afloja!.
El Coliseum ya es la locura total. El Cesar tiene un pulgar para arriba y el otro para abajo, por las dudas. El populus delira, furioso, desaforado. Las alambradas a punto de ceder. La centuria antimotines se apresta; al frente forma la decuria lanzagases (la temida “Brigatte Flatus”) formada por diez legionarios panzones, sin calzoncillos, pedorreros, secundados por esclavos con alforjas de porotos, coliflor y salame.
Y, en medio del tremendo griterío, se oye un vozarrón, síntesis del sentir popular:
¡¡PELEÁ LIMPIO, NEGRO HIJO DE MIL PUTAS!!!!

Natalia Jaureguizahar

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