martes, 10 de agosto de 2010

Carta al silencio.

Estimado señor silencio:
Hace tiempo ya que pretendo escribirle esta carta, pero recién ahora he tomado coraje y la decisión de escribirle.
Mi temor ha radicado en el hecho de no estar completamente seguro acerca de lo que he de decirle. O mejor dicho, de qué forma se lo he de decir. Lo admiro, pero también le temo, no escribirle sería quedarme en silencio, y gozar de su beneplácito, escribirle, sería manifestarme, no callarme, y gozar de mi propio beneplácito a riesgo de provocar su ira.
De todos modos y reflexionando al respecto, he llegado a la conclusión de que muy probablemente jamás estaré del todo seguro con respeto a lo que tengo que decirle y de la forma en que puedo decirlo, por lo que, y en definitiva, y coherente con las actitudes que he resuelto tener en esta etapa de mi vida, ya carecería de todo sentido no escribirle.
Mis temores se inician ante la duda conmovedora de no saber si en realidad usted es bueno o es malo, si de verdad es tan valioso como algunos dicen o en realidad es una formidable excusa para no involucrarse, para no correr riesgos.
He pensado que tal vez, no sea ni bueno ni malo y que sus efectos pueden ser benevolentes o letales según la oportunidad y la circunstancia.
Usted debe advertir que es sumamente dificultoso poder encontrar definiciones correctas y precisas a la hora de definirlo. También lo es determinar si sus alcances producen beneficios enormes, apenas algún beneficio, ningún beneficio, alguna pérdida leve, una pérdida importante o el más traumático y mortífero de los flagelos.
Me he dado en pensar que tal vez usted pueda ser comparado con la oscuridad. La oscuridad es ausencia, ausencia de luz, y usted parece ser ausencia, ausencia de sonidos. La luz anula la oscuridad sin combatirla y el ruido lo anula a usted sin entrar en batalla.
Al igual que ella, usted es necesario y prescindible al mismo tiempo. Reconozco y admito también que a veces su presencia es imprescindible, irremplazable, y muchas veces he considerado que su advenimiento es urgente.
Otras veces en cambio he notado que cuando usted llega se produce un efecto mutilante, una especie de anestesia que avanza por el organismo hasta invadirlo completamente.
Con usted, muchas veces, se han perdido ideas brillantes, comentarios agudos, se han desvanecido verdades, críticas edificantes y superadoras y tras su figura se han escondido personajes siniestros, como la indiferencia, por ejemplo, que a veces adivino su aliada y la puedo observar complacida con su presencia.
Muy pocas veces, en cambio, he notado que usted tenga el nunca bien ponderado sentido de la oportunidad, es decir, aparecer cuando es necesario e irse en cuanto comienza a ser pernicioso y petulante.
Lo que me hace desconfiar es que usted ha sido alabado e idolatrado, enaltecido y glorificado tantas veces como ha sido defenestrado y maltratado, humillado y desvalorizado. Y es en definitiva este andar en extremos tan distantes lo que me hace presumir en usted una falta de equilibrio.
Usted ha atendido las necesidades de sabios, de gente pensante y productiva con la misma facilidad que acude a saciar ansias de personas huecas, chatas, mediocres y aburridas, sin perjuicio de haberlo sorprendido en maleantes, mentirosos, abusadores y timadores, falsos mensajeros de un mensaje que no existe.
Me consta haberle visto hacer grandes obras de bien y poco después destruir el fruto de enormes y nobles esfuerzos. Congratularse con el popular y justo reclamo y poco después hacerse vocero de intereses mezquinos e impíos, ser representante de pobrezas y miserias y al mismo tiempo disfrutar de los beneficios de las riquezas mal habidas.
Quién es usted en definitiva?
He pensado que tal vez tengan razón los que aseguran que no es usted el responsable ni de unas ni de otras cosas que acaecen con su presencia, sino el uso que de usted hacen los que se han dado cuenta de su existencia y aprovechan para sacarle provecho ya sea manteniéndolo sano y fuerte, ya sea rompiéndolo para que usted no sea el protagonista que les prive de sus reclamos, y a la vez de sus mentiras.
Como un lobo disfrazado de cordero que a veces se convierte en un cordero disfrazado de lobo, usted interfiere en toda cosa que uno quiera imaginar, y es sorprendente que hasta quienes más dicen conocerlo nunca están seguros de llamarlo para que acuda en su ayuda o espantarlo para que ayude no estando.
Usted a veces se presenta y otorga, pero tantas veces también aparece y desafía, niega, contesta, hace más ruido que el ruido mismo, se enoja, reclama, exige, critica, da batalla, vence y se rinde, se deja ganar, se deja perder...
Yo sigo sin atinar a definirlo, ni siquiera me atrevo a un juicio selectivo, una ponderación apenas subjetiva y caprichosa, ni a un concepto elaborado y objetivo.
Usted me provoca admiración y miedo, calor y frío, paz, calma y angustia y desesperanza.
Cómo poder definirlo si ni siquiera puedo definir lo que me pasa ante su magna e intolerable presencia y ante su intolerable y magna ausencia?
Quisiera saber primero qué sucede conmigo y no puedo descubrirlo, porque cuando alcanzo un atisbo de la idea que se me hace en la conciencia, aparece su otro costado y la derriba. Derriba esa idea y genera otra casi opuesta, y las dos intuyo, relativas.
Han pretendido algunos, ayudarme a definirlo, pero tampoco he quedado del todo conforme con los logros compartidos. Algunos de esos algunos me han dicho que usted es necesario cuando no hay ningún mejor ruido, que aporte algo mejor que lo que usted acarrea.
Otros algunos de esos algunos, me han afirmado que usted nunca tendrá el valor de aceptar que sólo es un efecto nefasto de la falta de argumento.
Por ahora no quiero atribularlo con más comentarios, tal vez en un futuro no muy lejano vuelva a incomodarlo tratando de llegar a usted para saciar mi deseo de conocerlo y saber, al fin de quién se trata.
Por lo tanto, me despido con amable cortesía, y mis respetos. Usted merece el beneficio de la duda, y hasta que demuestre lo contrario, es inocente, como lo somos todos cuando aún nadie ha demostrado nuestra culpa y no hay una duda razonable de haber sido responsable del acto cometido...

Un admirador confundido.

Autor: Miguel Ángel Turco

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