viernes, 27 de agosto de 2010

Un día así.

Un día así.

Las veredas se llenaron de ese color y ese aroma de los manzanos, no había testimonio más contundente de la llegada de la primavera. Desde una vereda a la otra de enfrente la imagen emulaba una pintura entre clásica y surrealista, los colores parecían estar definidos y un instante después parecían atacados por la implacable pincelada difusa de un pintor que busca el toque de su estilo pretendiendo que la imagen tenga esa apariencia de estar viendo con los ojos a medio cerrar y a medio abrir.
El piso comenzaba a colmarse de las delicadas flores, que pisoteadas, teñían de un color también difuso las lajas y el cemento. La brisa cómplice de la natural manera de reproducirse de los manzanos provocaba un polvillo tenue pero persistente que entraba por los ojos, por la nariz, por la boca…
A esa hora de la tarde poca gente transita las veredas del barrio, pero aún hay algunos que salen a ver el espectáculo florido de los manzanos e incluso hay quienes aún toman fotografías y quienes se empeñan en barrer las veredas colmadas de flores y de restos, de polen y semillas.
Se me ocurrió pensar, que yo había nacido en primavera, apenas unos días después de comenzada, se me ocurrió, y nunca supe el motivo, que mucha gente hace un balance de su vida cuando llega fin de año, como si diciembre fuera además de una fecha calendario, una buena excusa para cerrar los ejercicios, los balances, los inventarios. Antes la gente hacía más balances, antes la gente buscaba hurgar un poco más en sus fallas, en sus errores y aciertos y buscaba la manera de corregirlos, los balances se hacen para obtener un resultado y medir ese resultado con las expectativas y saber si llegamos, si superamos o no alcanzamos la meta que nos habíamos propuesto.
Ahora la gente parece no tener tiempo ni para esto, ya no hay muchos que se quieran enfrentar a la realidad porque nos hemos construido una realidad que casi siempre nos asalta con la sensación de no ser aquella que deseamos, y nos hundimos cada vez más en esta danza interminable y reciclable, rotativa y ondulante. Ahora uno espera llegar a fin de año solo para terminar el año tal vez con la esperanza de que el próximo sea mejor, o menos peor, tal vez pensando en un descanso veraniego, tal vez pensando: -al fin! He llegado…
Pero algunos siguen haciendo balances y yo lo hago, pero ese día, en un día así, lleno de flores de manzano y de aromas y colores, con veredas manchadas y brisas frescas, con un sol interminable, podría ser el mejor día para hacer el balance y terminar y empezar en primavera, sin esperar hasta fin de año. No supongo mejor clima que este para cerrar y empezar la nueva cuenta, sin el atavío apremiante del calor del verano, la húmeda promesa de una tormenta cercana, sin la inercia inevitable de las corridas festivas y los preparativos y los saludos, y los regalos…
Después de todo, todo renace en primavera, es un registro simbólico de la vida, luego del frío gris del invierno, antes de la pesadumbre agobiante del verano.
Y sin más trámite que mi convicción casi inmediata me hice a la idea de que era le momento mejor, la oportunidad más oportuna, la gracia más graciosa, el momento más imparcial, para recordar lo sucedido en ese año, para buscar el resultado que me indique si había logrado vivir, aunque más no sea parecido a lo que hubiese deseado. Y así lo hice y no me importó el resultado, sino haberme sentido capaz de buscarlo.
Y pasó un año, y otro, y otro más, y siempre en primavera, me fui como surcando por un estrecho, la costa a ambos lados, y al frente horizonte, cielo y agua, como un viaje imaginario hacia un lugar que no existe en una nave solitaria pero repleta de objetos, desbordante de emociones y de esa sensación indescriptible de miedo y entusiasmo.
Entonces me di cuenta que siempre en primavera sucedía algo, algo distinto, algo que marcaba y dejaba huella por algún costado, y pensé: ¿No será que yo mismo he provocado esto con mi capricho de hacer balance en primavera?
Tras ella, mil preguntas más sin respuesta, y mil respuestas que no hallaban la pregunta y sin darme cuenta siquiera me vi envuelto en mi propia duda, y en mi propia convicción y en mi propia desmesura.
El recuerdo de los manzanos y su aroma, sus flores y las veredas, me han asaltado la memoria desde aquel día. He buscado ese perfume, he bregado por encontrar la justa imagen de esa escultura que vivía, y le he hallado casi siempre, aunque a veces, la he hallado vacía. Y me sigo preguntando si mi balance en primavera me satisface por el resultado o me incentiva por el clima, si hago bien o hago mal en perderme por un día y encontrarme sin remedio con la coherente idea de mi incoherencia relativa…
Y cada año, cuando llega primavera, me renace como un retoño caprichoso por hallar lugar en donde mostrar su vida, y cada año en primavera me olvido del invierno y me refugio en las brisas y en la neblina, y me pierdo, y me encuentro, y me voy a veces sin haber vuelto, y vuelvo como si nunca me hubiese ido, y al final, rendido ante la verdad incólume de mi alegría y mi desdicha, me aferro a la híbrida porfía de los sueños incumplidos, y me consuelo magramente con excusas y con ira, y me sosiego mansamente con razones y mentiras…

Miguel Ángel Turco

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