viernes, 16 de julio de 2010

LA PLAZA, DE FERNANDA TOCCALINO

Para los que vivíamos en barrios alejados al centro ir a la Plaza San Martín era todo un acontecimiento; implicaba vestirse para la ocasión y generalmente se hacía (se sigue haciendo) los domingos por la tarde, junto con la vuelta ‘el perro.-

Mi viejo, Tito, es de esos tipos que consideran (creo yo) que su deber como papá es traer el sustento diario a la casa y transmitir valores de vida a sus hijos.-

No recuerdo a Tito como un tipo afectuoso, ni charlatán, ni juguetón. Mucho menos recuerdo que alguna vez haya emprendido ese viaje dominguero hacia la plaza del centro de la ciudad.-

Pero hubo un verano en el que fui la niña más feliz del mundo…

Era allá por los años ’80, yo no tendría más de 6 años.

Papá, mamá y unos tíos maternos quedaron a cargo (mientras sus dueños estaban de vacaciones) de “La Fragata”, un bar-hospedaje que se encontraba en la esquina de Lavalle y 25 de Mayo cuando aún funcionaba la Terminal Vieja.-

Por qué fue el verano más feliz de mi infancia?

Porque todas, absolutamente todas las tardes, Tito nos tomaba de la mano a mi primo Javier y a mí, Coca Cola chiquita de botella de vidrio en mano, y nos llevaba a la Plaza San Martín a jugar para que no molestemos entre las mesas y los asistentes de “La Fragata”.

Sólo nos separaban 3 cuadras de los juegos de la plaza, pero yo quería que no se terminaran nunca.

Ni el bebote de Jolly Bell, ni el disfraz de la Mujer Maravilla, ni el jueguito de cocina (con balanza de verdad!) me hubiese hecho más feliz que ese paseo diario hasta la Plaza San Martín de la mano de mi papá.-

Fernanda Toccalino

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